EL CUIDADO DEL REBAÑO

LA NATURALEZA DE ESTE CUIDADO.

Primero debemos notar algunas cosas que se derivan del estudio de nuestro texto (Hechos 20:28). Este texto da por hecho que cada iglesia local tendrá su propio pastor y que cada pastor tendrá su propia iglesia. El pueblo de Dios debería reconocer que El ha provisto a los pastores para su cuidado. Un pastor sin iglesia debería ministrar donde quiera que tuviese oportunidad.
La primera responsabilidad de un pastor es la de tener cuidado de su pueblo y puede ministrar en otras congregaciones solamente en sus tiempos libres o en casos de necesidad especial.
Este texto también da por hecho que no habrá más personas en nuestra iglesia que las que podamos cuidar.
Dios no nos pide que hagamos lo imposible. Dios no nos hará responsables por aquellas personas que no tenemos posibilidad de conocer y cuidar personalmente. El cuidado de las almas requiere la autoridad para ejercer disciplina, de igual manera como la capacidad de enseñar. En ocasiones, un pastor pudiera tener más gente de la que fuera capaz de cuidar, pero esto no es ni usual, ni deseable. En tal caso solamente podrá hacer lo que esté a su alcance, y esto sería menos de lo que normalmente pudiera hacer.
Ahora consideraremos lo que significa “tener cuidado del rebaño”. Note que dice “todo el rebaño”, es decir, cada miembro individual de nuestras congregaciones. Esto significa que debemos conocer a cada uno de ellos: su carácter, sus intereses, sus debilidades, sus tentaciones principales, etc.. Entonces debemos cuidarlos, como Cristo el buen pastor dejó las noventa y nueve para buscar la oveja perdida; así nosotros debemos velar por cada uno de ellos.
Hay muchos ejemplos en las escrituras de cómo los profetas y los apóstoles fueron enviados a ministrar a individuos.
Usted pudiera decir que su congregación es demasiado grande para hacer esto. Pero, ¿Acaso no sabía usted esto antes de ser llamado a la iglesia? Si lo sabía, entonces ¿Porqué no se preocupó de ello? ¿Ha hecho un esfuerzo honesto para obtener un asistente? ¿Está dispuesto a hacer algunos sacrificios para que la iglesia pueda sostener a un asistente para ayudarle? Seguramente esto sería mejor que descuidar la atención del rebaño. Usted podría decir que su familia no puede vivir con un sueldo menor, pero ¿Acaso no hay muchas familias en su iglesia que viven con menos?
En el pasado algunos estaban dispuestos a predicar el evangelio con muy poca remuneración, y aún hoy en día muchos están dispuestos a predicar gratuitamente. ¿No es mejor padecer escasez que poner en riesgo la salvación de las almas?
Es cierto que solo podemos ser salvos por la gracia, y sin embargo, nadie será salvo sin un conocimiento de la verdad. Es más probable que la gente conozca la verdad si es instruida personalmente. Si usted tuviera un asistente sería más fácil lograr esto, aunque para tener un asistente usted tuviera que vivir más humildemente. ¿No es cierto que todo lo que tenemos le pertenece a Dios? ¿No es cierto que un alma vale más que todo el mundo? ¿No es inhumano permitir que las almas se pierdan tan solo porque nosotros queremos elevar nuestro nivel de vida?
Si esperamos que nuestro rebaño practique la autonegación ¿No deberíamos practicarlo nosotros? ¿No deberíamos negarnos a nosotros mismos más que otros, puesto que nuestro sustento proviene de las ofrendas dedicadas a la obra de Cristo? Entonces, ¿No deberíamos usar nuestro dinero, hasta el punto que sea posible, para ese propósito?
Puesto que somos llamados a tener cuidado de todo el rebaño, es importante señalar que algunos necesitan nuestro cuidado especial.
1. DEBEMOS TENER LA META ESPECIAL DE LOGRAR LA CONVERSIÓN DE LOS NO CREYENTES.
Este debería ser nuestro objetivo principal por el cual trabajemos con todas nuestras fuerzas. La condición de los inconversos es tan grave que merecen toda nuestra simpatía. Si los creyentes pecan serán perdonados y Dios no permitirá que continúen en pecado, sino que por fin serán perfeccionados. No obstante, los incrédulos están “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef.1:12).
Seguramente, nos apresuraríamos más a socorrer a una persona moribunda, que a una persona que está herida levemente.
¿Podemos permanecer indiferentes ante las necesidades de aquellos que están yendo hacia el juicio y la condenación eterna? Casi puedo verlos entrando al infierno en este momento. Casi puedo escuchar sus gritos desesperados por ayuda. Su condición es particularmente trágica porque no tienen deseo alguno de pedir ayuda espiritual.
¿Tenemos el mismo espíritu de Cristo quien fue movido a llorar sobre los no arrepentidos? Si permanecemos en silencio mientras que los pecadores van al infierno, esto indica que valoramos en muy poco sus almas. ¿Acaso permitiríamos que nuestro peor enemigo sufriera así, sin hacer el mínimo esfuerzo para ayudarle? De todas las cosas que pudiese descuidar, asegúrese de no fallar en rogar, persuadir y urgir a los pecadores para que se vuelvan a Cristo para salvación.
2. SIEMPRE DEBERÍAMOS ESTAR DISPUESTOS A ACONSEJAR A AQUELLOS QUE BUSCAN AYUDA ESPIRITUAL.
Como pastores deberíamos ser capaces de tratar con la salud espiritual de la gente, tal como un médico trata con la salud física de sus pacientes. El pastor debe ser capaz de resolver las dudas y las dificultades de aquellos que vienen a él. Es una lástima que muchos ministros guarden silencio sobre este aspecto de su trabajo. No solo deberíamos decir que estamos dispuestos a ayudar, sino que deberíamos animar a la gente a acudir a nosotros por ayuda espiritual. Por lo tanto, asegúrese de estar bien preparado para dar un buen consejo en todos los asuntos espirituales, especialmente en aquellos que tienen que ver con la salvación. Una buena palabra de consejo puede ser de más ayuda que muchos sermones.
3. DEBEMOS TENER LA META DE EDIFICAR A LOS CREYENTES EN SU FE.
Esto debería ser hecho de acuerdo con la distinta condición de cada creyente.
A. Muchos han sido creyentes por largo tiempo, pero se han contentado con muy poco crecimiento espiritual. Son renuentes a hacer el esfuerzo necesario para servir al Señor y crecer en la gracia. Los creyentes débiles tienen muy poco discernimiento y fácilmente son desviados del camino. Les es difícil recibir beneficio del ministerio y deleitarse en Dios y en sus caminos.
Ellos no se dan cuenta de su propia inmadurez y fácilmente sucumben ante la tentación. Son de muy poca utilidad para Dios y para los demás creyentes. Su condición es tan seria que deberíamos hacer un esfuerzo especial para nutrir su fe y conducirles hacia la madurez. Los creyentes que son fuertes en la fe y el amor traen honra a Cristo. Los incrédulos son más receptivos ante el evangelio, cuando pueden ver las vidas maravillosamente cambiadas por el. Por lo tanto, es muy importante fortalecer la fe de los creyentes débiles y equiparlos para el servicio cristiano.
B. Algunos creyentes necesitan ayuda especial debido a algún pecado que está impidiendo su crecimiento en la gracia. Es nuestro deber ayudarles a vencer el pecado específico que les estorba; sea el orgullo, la mundanalidad, la ambición, un temperamento fuerte, etc.. Deberíamos mostrarles la naturaleza vil de su pecado y darles direcciones que les ayuden a tratar con el. No debemos consentir el pecado en los creyentes, ni en los incrédulos. Algunos pudieran resentirse ante nuestra amonestación. Sin embargo, si queremos ser fieles a Cristo, debemos tratar firme y cariñosamente con aquellos que se han desviado.
C. Otro grupo que necesita nuestra atención especial son aquellos que se han enfriado. Es trágico ver algunos creyentes que van para atrás y que traen deshonra al nombre del Señor. Debemos trabajar diligentemente para tratar de restaurarlos. El retroceso espiritual es un proceso gradual que por fin terminará en la apostasía, a menos que el Señor lo detenga. Debemos “restaurad al tal con espíritu de mansedumbre” (Gálatas 6:1, RVA). Solo que debemos asegurar que su restauración sea completa. Ellos deberían dar evidencia clara de que su arrepentimiento es genuino y deberían confesar completamente su pecado. Se necesita mucha sabiduría para tratar con estos casos.
D. Finalmente, también debemos cuidar a todos aquellos que son fuertes en la fe. Ellos necesitan nuestra ayuda para mantener su vitalidad espiritual. También necesitan nuestra ayuda para hacer más progreso y ser equipados para un mayor servicio al Señor.
4. DEBEMOS TENER UN ESPECIAL CUIDADO POR LAS FAMILIAS.
La paz y la prosperidad de nuestras iglesias depende grandemente de unas buenas relaciones familiares. La influencia de padres piadosos puede ayudar grandemente en el ministerio.
Por otra parte, los padres mundanos y descuidados tendrán una influencia negativa sobre el interés espiritual de sus hijos. Por lo tanto, si usted quiere que la obra del evangelio florezca, le recomiendo que haga todo lo que pueda para promover la piedad en el hogar. Esto puede ser realizado de varias formas:
A. Trate de conocer personalmente a cada familia, porque esto le ayudará a conocer cómo poder ayudarles.
B. Visite periódicamente a cada familia en su casa. Pregunte a los padres si oran y leen la Biblia con sus hijos. Trate de convencerlos de que el descuido de esta responsabilidad es un pecado. Si tiene la oportunidad, enséñeles cómo hacerlo. Puede ser útil que los padres se comprometan a ser más cuidadosos y responsables en el futuro.
C. Las dificultades en la oración generalmente son causadas por el descuido. Debemos explicarles la pecaminosidad de este descuido. Aún los mendigos saben como pedir ayuda. Pudieran comenzar usando algunas oraciones bíblicas que les sirvan como modelo. Pero esto sería solamente temporal, porque la verdadera oración proviene del corazón y variará mucho de acuerdo con las necesidades y circunstancias.
D. Asegúrese que cada familia tenga algunos buenos libros cristianos, además de la Biblia. Anímeles a leerlos en su tiempo libre y especialmente los domingos.
E. Anímeles a apartar los domingos como días especiales, evitando los intereses y los placeres mundanos. Anime a los padres a platicar con sus hijos sobre las enseñanzas bíblicas. A menos que la religión familiar sea promovida, es improbable que el evangelio florezca en su comunidad ahora y en el futuro.
5. DEBEMOS SER DILIGENTES EN VISITAR A LOS ENFERMOS.
A lo largo de nuestras vidas debemos crecer en la piedad y prepararnos para la eternidad. Sin embargo, esta necesidad es entendida más claramente en tiempos de enfermedad. ¿Quién puede ser indiferente ante las necesidades de alguien que está llegando al final de su vida?
Cuando pensamos que pronto sus almas estarán en el cielo o en el infierno, esto debería despertar en nosotros una profunda compasión.
Generalmente, aún los pecadores más obstinados estarán más dispuestos a escucharnos en su lecho de muerte. Aún los incrédulos más endurecidos estarán dispuestos a cambiar, cuando ven que la muerte se acerca. Yo entiendo que en muchos casos esto no resulta en un arrepentimiento verdadero. Aunque pocos son salvos en su lecho de muerte, no obstante, deberíamos hacer todo lo que podamos para que acudan a Cristo. Aunque este libro no pretende ser un manual para la obra pastoral, voy a sugerir algunas maneras en que podemos ayudar a aquellos que se acercan a la muerte.
A. No debemos esperar hasta que ellos se hayan deteriorado tanto, hasta el punto que ya no puedan recibir ningún beneficio de nuestro ministerio. Visítelos tan pronto como sepa de su enfermedad, sin importar que no le hayan invitado.
B. Puesto que el tiempo pudiera ser corto, es importante concentrarse en las verdades más importantes que pudieran traerles paz con Dios. Hábleles acerca de los goces celestiales, acerca de Aquel quien murió para llevarnos al cielo, acerca de su necedad en haber descuidado por tanto tiempo su alma. Recuérdeles que todavía pueden recibir el don de la vida eterna, si se arrepienten de sus pecados y confían solamente en Cristo.
C. Si se recuperan de su enfermedad, recuérdeles de las promesas que hicieron cuando estaban enfermos. Esta ha sido una de las maneras para traer a muchos hacia Cristo. Entonces, es importante recordarles continuamente de su necesidad de ser reconciliados con Dios.
6. LA PARTE FINAL DE NUESTRO TRABAJO ES CONSIDERAR LA DISCIPLINA DE LA IGLESIA.
A. Debemos confrontar a todos aquellos que profesan ser creyentes pero que viven de una manera inconsistente con su profesión de fe. Debemos tratar con ellos en privado primeramente, antes de traerles ante la autoridad de la iglesia. La manera como tratemos con ellos debe ser apropiada para cada caso individual. No obstante, debemos hablarles clara y firmemente para despertarles y sacarles de su apatía. Debemos ayudarles para que vean cuánto daño están haciendo sus pecados a ellos mismos y a la causa del evangelio.
B. Si ellos permanecen en una actitud de rebeldía, debemos traerles delante de la iglesia y llamarles nuevamente al arrepentimiento. Esto es en obediencia al mandamiento de Cristo (Vea Mat.18:17). Esta fue siempre la práctica de la iglesia primitiva hasta que la corrupción y el formalismo le invadieron. Muchos ministros se avergonzarían si descuidaran la oración o la predicación, pero piensan muy poco acerca del descuido de la disciplina en la iglesia.
Algunos dicen que la disciplina pública no es de provecho, pero yo respondo:
1. ¿Qué derecho tenemos para cuestionar los deberes que Dios nos ha impuesto claramente?
2. La disciplina de la iglesia es esencial para sacar a la luz el pecado y mantener la pureza de la iglesia.
3. La disciplina de la iglesia brinda al pecador una oportunidad final de restauración.
4. La disciplina advierte y desalienta a otros en relación con el pecado.
C. El ofensor no solo debería ser regañado, sino también animado a arrepentirse y confesar su culpa ante la iglesia. Si ellos piensan que su pecado es insignificante, entonces debemos usar la Escritura para mostrarles su gravedad. El ofensor no puede ser restaurado al compañerismo, a menos que la iglesia esté convencida de que su arrepentimiento es genuino. Esto debería ser evidente de un cambio en su actitud y en su comportamiento.
D. Necesitamos una buena medida de sabiduría divina para que no hagamos más daño que beneficio. También necesitamos mucha humildad, aún cuando sea necesario actuar en forma severa. Debemos evitar dar la impresión de que estamos siendo motivados por el egoísmo, el orgullo o la envidia. Debemos dejar claro ante todos que estamos actuando en obediencia a Dios.
E. La iglesia debe orar por el ofensor. Esto es especialmente importante si el ofensor rehusa asistir a las reuniones de la iglesia, o si no muestra evidencia de remordimiento. En tal caso, deberíamos animar a los miembros a orar fervientemente por al restauración del ofensor.
F. Aquellos que se arrepienten verdaderamente deben ser restaurados completamente a la membresía. No debemos tratar a la ligera ni consentir su pecado y tampoco desanimarlos siendo demasiado severos. Ellos deben confesar su culpa y comprometerse a evitar tales pecados en el futuro. Deberían aprender a evitar la tentación y a no depender de sí mismos, sino de la gracia de Dios. Entonces, debemos asegurarles de su perdón y aceptación delante de Dios, a través de la sangre de Cristo. La iglesia también debería perdonarles y no estarles echando en cara sus faltas pasadas. Finalmente, debemos agradecer a Dios por su restauración y orar para que El les guarde en el camino de la santidad.

G. Aquellos que permanecen como no arrepentidos deben ser expulsados de la membresía de la iglesia. El propósito de esto es excluir al ofensor de los privilegios de la iglesia, hasta que se arrepienta. Los miembros deben ser advertidos para que no tengan ningún compañerismo con ellos. Sin embargo, todos deberían persistir en la oración por su arrepentimiento y restauración. Si los pastores fueran más consistentes y diligentes en ejercer la disciplina en la iglesia, esto traería muchos beneficios. Aquellos pastores que tienen miedo de ofender o de enfrentarse con dificultades, no pueden esperar muchas bendiciones.